
La Corona de Cristo y yo.
No sé si todos hayan tenido el gusto de conocer la hermosa planta cactacia "Corona de Cristo", en realidad digo hermosa por sus espinas tan perfectas y fuertes, así como sus flores en diferentes colores, delicadas, sencillas y pequeñas.
Bueno hoy quiero hacer una reflexión desde mi corazón y desde Dios que habita en mi.
Hace unos dos años, estaba tan enojada, lastimada dentro de mí, con coraje e ira, que
sentía que el mundo se caía encima, no sabía cómo salir ni encontrar la forma de
sentirme bien y queriendo mitigar mi dolor o peor aún quizá renegando de Dios,
quería vengar lo que ni yo misma comprendía, en ese momento recordé que había
plantado en mi jardín una planta Corona de Cristo con flores rosadas, la tomé, la
arranqué de raíz y golpeé mi cuerpo queriendo herirme, cosa curiosa a pesar de la
fuerza ninguna espina se dobló, y mi cuerpo de momento solo enrojeció un poco, y
unos pequeños rasguños aparecieron en ese momento, aventé luego la planta en el
patio y me fuí a dormir. A la mañana siguiente no había ni un vestigio en mi cuerpo de
lo que había hecho, ni cicatrices, ni rasguños... nada.
Entonces salí al patio y ví la planta ahí tirada, sentí tristeza, la recogí y la planté de
nuevo, la nobleza de Dios hizo su trabajo, hoy está más hermosa que nunca y llenita
de flores.
Les cuento esto, porque de ahí aprendí una lección muy grande:
La planta a pesar de sus espinas tan fuertes no me hicieron daño, porque Dios así lo
quiso y sentí que aunque a Cristo le sangraron cuando se la pusieron, a mi, Dios me
perdonó y me ayudó a vivir, demostrándome su amor y cuidándome de mi misma.
Después cuando mi nieto empezó a caminar y a aventurarse en mi jardín, acariciando y disfrutando de las flores, se encontró con la Corona de Cristo, le gustaron sus florecitas y las acariciaba con ternura, cuando sintió sus espinas, su mamá y yo nos miramos sorprendidas, ya que no tuvo reparo en seguir tocándolas y las espinas no le hicieron daño, corté algunas para poner en otra maceta, y mi nieto las agarró con cuidado y las llevó donde quería ponerlas, no le molestó nada ni se sangró, al contrario sonrió feliz de ayudar y poder hacerlo.
Quiero decirles con esto, que Dios nunca nos hará daño, que nos protege hasta de
nosotros mismos, las lecciones que nos da son maravillosas, solo tenemos que estar
pendientes y agradecer todos los días por su estancia entre nosotros, por su amor,
pero sobre todo por su paciencia para esperar que el amor nazca y renazca dentro
de nosotros, para que nuestra Fe crezca y abra nuevos caminos a la felicidad.
Besos miles y que Dios los bendiga siempre.
Derechos Reservados 1993-2025 © Letyalegria®